Los festivales de cine tienen mucho de escaparate de lo que hablaremos, disfrutaremos o criticaremos en meses posteriores: es una forma de pistoletazo de salida de la gran temporada que se abre para la diversión masiva, primero en cines, más tarde en las pequeñas pantallas. Y de entre todos los festivales, el de Cannes es el que tiene una mayor carga simbólica. El festival tiene mucho de feria: se monta para enseñar y vender, para seducir y convencer, y es un termómetro más allá del palmarés final que señala el camino del éxito o del fracaso a las propuestas cinematográficas que se exhiben.