A Ray Bradbury (1920-2012), recuerda Laura Fernández en el prólogo de la monumental y desbordante -en todos los sentidos- antología de cuentos que acaba de poner en circulación Páginas de Espuma, se le clavaban en el cogote las afiladísimas miradas de Poe, Wells y Burroughs mientras se preguntaba cómo diablos pisar la mina y, alehop, conseguir "volar por las propias delicias y desesperanzas". Quien dice volar, claro, dice en realidad escribir, actividad a la que el poeta de la ciencia ficción, el hombre que calcinó distopías, fantaseó con una colonización de Marte sin un gramo de épica y soñó un futuro atiborrado no de máquinas sino de libros y bibliotecas, se entregó con febril denuedo". "A partir de los doce años escribí al menos mil palabras por día", llegó a decir.