El primer largometraje de Lisandro Alonso en nueve años es su obra más ambiciosa hasta la fecha, algo así como una odisea a través del tiempo, el espacio y la mente que funciona como deconstrucción del wéstern de dos maneras. A través de ella, de entrada, el argentino explora en el estado de las gentes indígenas de América, su traumática historia y su distorsionada representación en las películas. Y entretanto, asimismo, destruye las convenciones estructurales del género a través de disrupciones narrativas con las que Alonso evoca el elíptico clímax de su anterior película, Jauja' (2014), transformaciones radicales de ciertos personajes, extrañas rimas visuales y una elasticidad conceptual general que quizá alude a una historia de opresión que no tiene fin.